Imagínate que de repente apareces en medio de una selva de Madagascar o del Sudeste Asiático. Tú, un humano, urbanita como muchos, acostumbrado a teñirte la barba de fucsia, plantarte un tupé en la corteza frontal de tu mollera o salir de farra con los colegas cada fin de semana.

Imaginemos que te mola el rollo, te despojas de tus Pepe Jeans o de esos pantalones de 80 euros que compraste en el Jack & Jones, de tu camiseta con escote para lucir tu viril pechote depilado, y te pones a correr como Tarzán saltando de liana en liana con un taparrabos. Imaginemos que al cabo de un tiempo te has adaptado perfectamente al lugar: te has vuelto un cazador experto y vas hurgando en los huecos de los árboles con tu superdesarrollado dedo corazón en busca de nutritivas larvas de insecto que seducen a tu paladar; que tu sentido arácnido te permite estar alerta en todo momento y ponerte a salvo de los despiadados depredadores.

Eres un lobo solitario, y como buena adaptación al medio, tus hábitos nocturnos te permiten deslizarte entre la maleza con la misma destreza que un ninja legendario. Pero a pesar de la emoción incesante de tener que buscar alimento a tientas en la oscuridad, las noches se te hacen largas: echas de menos las fiestas locas con los amigos. Lo que darías por tomarte una cerveza fresquita en una terraza o ir de copas después de cenar para darlo todo más tarde en la pista de baile. Y de repente, tu olfato, que ha incrementado su sensibilidad en un 70%, te comienza a oler a pre-resaca. Vas caminando, siguiendo ese dulce olor que te arrastra casi levitando hasta una hermosa palmera, en forma de abanico, de la que cuelgan unos irresistibles chupitos. ¡Has triunfao! Tienes el Santo Grial ante tus potenciadas y catarrínicas narices.

Inverosímil, ¿verdad? Pues, por muy irreal que nos pueda parecer esta historia, si cambiamos al protagonista por unos simpáticos prosimios, la realidad supera con creces a la ficción. Y es que, un nuevo estudio nos revela que los primates se mueren de ganas por tomarse unos chupitos de vez en cuando. Hasta ahora, habíamos pillado a los chimpancés pegándose unos tragos de sabia fermentada, un brebaje parecido al vino que puede contener hasta casi un 7% de alcohol. Pero no han sido los únicos. Dentro de los primates, los aye-aye y los loris lentos también disfrutan del néctar fermentado de ciertas especies de palmeras que crecen en sus hábitats salvajes y que puede contener alrededor de 3,8% de etanol. Sin embargo, la pregunta hasta ahora era clara: estos primates, ¿simplemente toleran el alcohol o lo buscan con ahínco? Este nuevo estudio, publicado en la revista Royal Society Open Science apunta a lo segundo.

En un experimento realizado en el Duke Lemur Centre, en Carolina del Norte, Dharma, un loris lento, y Merlín y Morticia, una pareja de aye-aye, fueron expuestos a una serie de brebajes, similares al néctar que extraen de ciertas plantas de forma natural, con diferentes concentraciones de alcohol (hasta el 4% para el loris y hasta el 5% para los aye-aye). Como control para comparar las respuestas de los primates al etanol se utilizó agua de grifo. Los resultados muestran que ambas especies, en todos los casos (incluso cuando se alteraba el orden de presentación de las bebidas), preferían siempre el néctar de mayor contenido de alcohol. Dharma, incluso, presentaba cierta aversión al agua de grifo, mientras que Merlín y Morticia utilizaban sus dedos de forma compulsiva, una vez los recipientes estaban vacíos, para continuar extrayendo hasta la última gota residual.

Los investigadores explican que el resultado se ajusta a lo esperado, ya que el néctar o la fruta es la principal fuente de alimento de estos animales, aunque la intensidad de la respuesta rompe con todas las expectativas. Esta investigación, además, ha dejado perplejos a muchos científicos, especialmente a aquellos que estudian el origen del alcoholismo. De todos es sabido que los humanos, los chimpancés y los gorilas presentan el gen de la enzima alcohol deshidrogenasa que se encarga de metabolizar el alcohol y, por tanto, permite al organismo tolerar grandes cantidades de esta sustancia. Se estima que la evolución de este gen debió ocurrir en un simio ancestral, común a los grandes simios actuales, hace unos 10 millones de años, lo que coincidiría con el momento en que los simios de la época dejaron atrás su vida arborícola y comenzaron a pasar más tiempo en el suelo, ingiriendo grandes cantidades de fruta madura. De hecho, el alcohol que producen estas frutas se evapora con gran facilidad, permitiendo a muchos animales detectar mediante el olfato la localización de las flores y frutos comestibles que lo producen.

Al parecer, el aye-aye presenta también una versión altamente funcional de esta enzima metabolizadora de alcohol, lo que le permitiría ingerir grandes cantidades de esta sustancia sin el riesgo de sufrir una intoxicación etílica. Es más, se postula que los primates que son capaces de tolerar ciertos niveles de alcohol, presentan una ventaja evolutiva. El alcohol permite disminuir la tasa metabólica, lo que facilita el almacenaje de grasas que son una reserva muy útil de energía en momentos de escasez de alimento y en otras condiciones adversas. Así, es posible que estos primates obtengan un beneficio dietético con la ingestión de cantidades metabólicamente tolerables de alcohol. Es lo que se conoce como la ‘Hipótesis del Mono Borracho’.

Referencias:

  • Gochman, S. R., Brown, M. B., & Dominy, N. J. (2016). Alcohol discrimination and preferences in two species of nectar-feeding primate. Royal Society Open Science, 3(7), 160217.
  • https://www.newscientist.com/article/2098023-boozy-primates-seek-out-nectar-with-the-highest-alcohol-content/
  • http://www.techtimes.com/articles/170790/20160721/primates-enjoy-booze-can-it-hint-at-the-roots-of-alcoholism.htm
  • http://www.inquisitr.com/3317616/primates-enjoy-booze-according-to-new-study/
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