Es temprano en la selva. Hace poco más de una hora que ha salido el sol y, poco a poco desciendo del árbol donde he pasado la noche para rebuscar entre la hojarasca. El grupo está tranquilo, disperso, extrayendo semillas e insectos del suelo. Se escucha el crujir de las hojas secas al caminar sobre ellas. Las crías saltan y corretean mientras se roban comida o intentan gorronear algo de comer a sus madres. El canto de las aves inunda la atmósfera y el sonido del viento se suma a la melodía de la mañana. La actividad toma protagonismo y el sosiego del amanecer se vuelve puro color y energía. Todo el mundo está enfrascado en la animosa tarea de buscar alimento cuando, de repente, siento que la cadencia del momento se quiebra y cambia de dirección. Chico está a mi lado, pero su mirada ha dejado de observar el suelo. Trazo la línea que nace en sus ojos hasta donde se proyecta su mirada. Hay desconcierto, las cabezas giran de un lado al otro, siguiendo una reacción en cadena, hasta que, al final, se detienen sobre el mismo foco. Rocky y Peludo se están peleando. Bajo la música del bosque, se escuchan los reproches del conflicto. Nuestra atención está puesta en ellos. Parece grave, y la tensión se vuelve densa y punzante en el aire. En ese momento, me doy cuenta de que Katy sigue enfrascada en el forrajeo, ajena a todo lo que está ocurriendo. Entonces, le hablo.
Monitorear el comportamiento de otros miembros del grupo es una conducta muy extendida dentro de los primates. Observando a los demás, uno puede obtener información relevante sobre la relación entre otros individuos del grupo o sobre los cambios que se producen en la estructura social. Varios estudios han demostrado que los primates son capaces de trazar la dirección de la mirada de otros compañeros, lo que les permite localizar comida, depredadores o incluso acontecimientos sociales que puedan ser significativos para su supervivencia dentro del grupo. De esta manera, los primates podrían utilizar esta información para realizar predicciones sobre el comportamiento de los demás, una capacidad clave que estaría detrás de lo que llamamos ‘inteligencia social’.
Sin embargo, este comportamiento tan importante para la vida en grupo de los primates es difícil de estudiar, ya que no podemos saber cómo los individuos evalúan las interacciones que observan. Aunque podríamos basarnos en su comportamiento posterior, normalmente, las respuestas que dan los observadores a las interacciones de otros individuos no son inmediatas, sino que pueden trascender horas o incluso días, por lo que es muy difícil saber si esa conducta que vemos es una respuesta directa a aquella situación que observó ese individuo en el pasado. Pero no todas las respuestas se demoran tanto. En relación con esto, un grupo de investigadores alemanes realizó unas observaciones muy interesantes a principios de siglo en un grupo de macacos de Berbería (Macaca sylvanus) de La Forêt des Singes, Rocamadour (Francia).
Durante las interacciones sociales entre otros miembros del grupo, los macacos observadores realizaban una serie de vocalizaciones que los investigadores definieron como ‘comentarios orales’. Estas vocalizaciones, que se producían de manera específica en este contexto, no parecían ir dirigidas a los actores implicados en la interacción que observaban. Los resultados mostraron que estos ‘comentarios orales’ eran emitidos, en ocasiones, a grandes distancias y a una amplitud del sonido demasiado baja. Además, el ‘comentador’ no mostraba ningún otro comportamiento dirigido a los animales que observaba. Por estas razones, los autores sugirieron que estas ‘llamadas’ podrían indicar el estado de alerta del observador hacia la interacción, además de incluir evaluaciones de la situación, y servirían para atraer la atención de otros individuos hacia el lugar del suceso.
Más allá de esto, parece ser que estas vocalizaciones eran mucho más largas cuando la situación observada era un conflicto. Las interacciones agonísticas pueden tener un impacto importante en las relaciones sociales, y en consecuencia, en la estructura del grupo, por lo que la mayor longitud de estas llamadas facilitaría la localización del suceso y la atención de otros miembros del grupo.
No obstante, estos ‘comentarios orales’ también se producían en otros contextos, especialmente, en aquellas interacciones que implicaban a recién nacidos o crías. Los macacos de Berbería tienen un complejo comportamiento de crianza aloparental, en la que los machos juegan un papel muy importante. Por tanto, no es de extrañar que este tipo de interacciones sean de gran relevancia para esta especie, ya que ayuda a mantener la estabilidad del grupo y, en especial, las relaciones entre los machos.
Para terminar, parece ser que el sexo es un factor importante en la emisión de este tipo de vocalizaciones, ya que los individuos suelen realizar ‘comentarios orales’ en aquellas situaciones que implican a individuos de su mismo sexo. Así, los autores concluyen que tanto el tipo de situaciones en las que se producen estas vocalizaciones como las diferencias entre machos y hembras, sugieren que los ‘comentarios orales’ se producirían en situaciones sociales significativas para la vida en grupo.
Este tipo de comportamiento podría estar bastante extendido entre los primates, ya que se ha reportado en otras especies como los macacos japoneses (Macaca fuscata) y los mangabeis de boina roja (Cercocebus torquatus). En definitiva, los humanos no seríamos los únicos que observamos situaciones ajenas y comentamos la jugada, y parece ser que, de este comportamiento, se derivaría un aprendizaje importante que los primates aplicarían en sus relaciones con los demás para asegurar su supervivencia en el grupo y la estabilidad social.
Referencias: