Por Iván García-Nisa @ívangarcianisa, vocal de Educación, Divulgación y Comunicación de la @APEspain | educacion@apespain.org
Esta mañana, nuestra travesía diaria por el río Paraguay ha sido más divertida que nunca. Reíamos a carcajadas recordando la cara del joven blanco transeúnte cuando ayer nos llevamos de su tienda sus pertenencias, su ropa y su canoa. ¡Qué ingenuo! Tan pálido, frágil e inocente. Ha venido del otro lado del mundo, trayendo con él un porte refinado y un delicado talante. ¡Pero esto es la selva! ¡Somos los hijos de la selva! Mientras que él, es como un bebé enfermizo. Dice que se quedará aquí un tiempo. Tal vez un año… Nosotros lo aceptamos. ¡No durará mucho! – comentamos entre risas al contemplar su torpeza y su ignorancia. Es como un insecto atrapado en una telaraña. En este lugar, ¡no puedes ser insecto! Has de ser araña si no quieres que la selva te aprese y te devore. Él viene a estudiarnos. Nosotros también lo estudiamos a él. Es un hombre extraño con un nombre extraño. Un occidental, blanco y deslechado.
Probablemente, esta fuese la impresión que se llevaron los indígenas cuando Max Schmidt llegó por primera vez a la región del Chaco, allá por el año 1.900. Y muy probablemente, así es como le habría gustado que lo retratasen: tal y como lo veían los nativos, tal y como él se definía: “como un simple prójimo”. Una visión de las tribus indígenas que contrastaba notablemente con las premisas de la época en el mundo occidental, donde el indio era postulado como un salvaje, un hijo de la naturaleza. Sin embargo, Schmidt tenía una concepción muy diferente, tal y como manifestó en sus libretas de viaje: “el hombre es el hombre en cualquier lugar, cultura y circunstancia”. Pero, ¿quién fue Max Schmidt?
Este pasado jueves, 19 de febrero de 2015, los antropólogos argentinos Diego Villar y Federico Bossert nos presentaron, en el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona (España), el libro ‘Hijos de la Selva’, editado por Viggo Mortensen a través de su editorial Perceval Press. Un libro que recoge todo el trabajo etnográfico del alemán Max Schmidt, junto a unas noventa fotografías realizadas por él mismo durante sus expediciones a las regiones de Mato Grosso (Brasil) y el Gran Chaco (Paraguay). La presentación empezó puntualmente con la bienvenida de la directora del museo, Anna Omedes, seguida de una fantástica introducción sobre el mundo de la exploración naturalista y el estudio de la naturaleza humana, por parte de nuestro compañero Jordi Serrallonga. A continuación, los dos autores y el editor del libro se encargaron de retratar al personaje de Schmidt, considerado como un antihéroe que hoy en día pocos recuerdan, pero cuyo legado etnográfico es de un valor incalculable.
Max Schmidt (1874 – 1950) fue un pionero de la etnografía que dedicó gran parte de su vida a conocer otras culturas. Sus expediciones lo llevaron a recorrer gran parte de la región del Chaco donde sufrió infinidad de calamidades. Se enfrentó a la vida en la selva, a enfermedades como la malaria, y a las picaduras de insectos y serpientes de todo tipo. Y no es que fuera un hombre recio y fuerte. Más bien, era un hombre débil e introvertido. Tal vez tímido. Pero también, un romántico. Amaba la naturaleza y envidiaba a los indígenas “al comprobar su superioridad física respecto a los europeos, al verlos meterse en la selva llena de espinas, completamente desnudos, saliendo de ella sin ni siquiera recibir un rasguño”. Cada vez que regresaba a Berlín, donde trabajaba en la dirección del Museo, anhelaba la vida en la selva, y a pesar de su mirada siempre sonriente, sentía la tristeza del hombre que deja el lugar al que pertenece. A los 57 años, abandonó para siempre Alemania y se instaló en Paraguay, donde trabajó en el Museo Etnográfico Andrés Barbero hasta que murió de lepra, pocos meses antes de que falleciera su gran amigo, el Dr. Andrés Barbero.
Este romanticismo y esta mirada de Schmidt se plasman en sus fotografías. Los negativos son de una calidad increíble y muestran al hombre en su ambiente, en posturas naturales, realizando tareas cotidianas, algo completamente inusual en la época. Lo más curioso es que los indios sonríen a la cámara, algo que se aprecia muy bien en los retratos – nos comenta Federico Bossert. Un material que es tan sólo una pequeña muestra de todo el trabajo de Schmidt. Gran parte de las placas de vidrio y libretas de campo se perdieron en un naufragio al intentar trasladar su colección a Berlín en 1903, mientras que otra parte fue quemada tras su muerte a encargo de las hermanas de Andrés Barbero, instigadas por el miedo a contagiarse de lepra a partir del material.
Este libro nos invita a conocer a un curioso personaje que quedó relegado al olvido, pero que intentó transmitir al mundo una nueva visión del hombre. O más bien, una visión antigua, ingénita, ya olvidada. Un hombre cuya vida – subraya reiteradamente Viggo Mortensen – es de película. Hoy en día, sus ideas resurgen de la mano de jóvenes antropólogos que ni siquiera recuerdan que, una vez, estas reflexiones fueron escritas por un endeble pero resuelto alemán llamado Max Schmidt. La vida de un hombre de ciudad que se convirtió en un hijo más de la selva. Un hombre que se dio cuenta de que “entre ellos (los indígenas) el pie posee otras funciones, mientras que el nuestro (el de los europeos) está condenado, aun durante el verano, a soportar, desde niño, un zapato”.
Vídeo completo del acto: https://vimeo.com/120137146